En los pueblos de Santander, los más ancianos cuentan que existió una mujer un poco anciana, la cual era generosa, pero también muy vanidosa, arrogante y soberbia.
Se casó con un hombre muy rico, tenía muchas propiedades en el pueblo, pero también era malo; cuando se emborrachaba golpeaba a su esposa; los malos negocios y los vicios lo llevaron a perder todo su patrimonio; su esposa era una mujer muy devota a la religión; ella le hizo una promesa a los santos de que si ayudaban a su marido a salir de la ruina iría a visitar cada día de su vida la iglesia a dar gracias por los favores sin importar lo que pasara.